La presencia de las mujeres en los ámbitos políticos y la ampliación y el ejercicio de sus derechos ganaron protagonismo a lo largo de la década 2003-2013 y repercutió en el sistema de ciencia y tecnología.
En 2008, por primera vez en la historia argentina, una mujer asumió la dirección general del CONICET. Aunque sólo dos formaron parte de su comisión directiva, su visión y compromiso con la igualdad de género posibilitó que se aprobaran –desde 2011- medidas pioneras para revertir obstáculos en el desarrollo de carrera de las científicas (ampliación de licencias por maternidad, extensión de los topes de edad para formación doctoral y posdoctoral y prórrogas para la entrega de informes por nacimiento de hijos/as o adopción).
También aumentó su presencia en las comisiones de Ciencia, Tecnología e Innovación del Congreso de la Nación. En el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación (MINCYT) -entidad creada en 2007- las mujeres representaban más de la mitad en todas las categorías del personal, aunque en los puestos decisión su participación siguió menor que la de los varones (30%).
Tienen una muy baja participación en la dirección de laboratorios e institutos de investigación, en la presidencia de academias científicas y en las rectorías y decanatos de las universidades nacionales.
Aunque queda mucho por lograr, los avances mencionados aportaron a una creciente visibilidad de las contribuciones de las mujeres a la generación de conocimientos en estas disciplinas y a una creciente aceptación de la igualdad de género en este ámbito.
Pero la historia demuestra que los espacios de poder se conforman como arenas movedizas y aunque se hayan logrado resultados avances notables en un periodo de tiempo, ello no asegura que permanezcan o evolucionen naturalmente. Por ello, un desafío primordial es preservar lo logrado e impulsar cambios estructurales y sostenibles para asegurar que ambos géneros contribuyan a la calidad, relevancia e incidencia en el desarrollo de la creación científica y tecnológica.